domingo, 21 de diciembre de 2008

POSADAS, CENA DE NOCHE BUENA Y NAVIDAD.







En todo México, del 16 al 24 de Diciembre, tenemos las tradicionales posadas; la última de ellas, en la llamada “Noche Buena”. En todas ellas hay rezos y jolgorio, son celebraciones familiares o sociales al gusto pagano y religioso de cada clan, recordando el tiempo del embarazo de María la Virgen Sma., y su duro peregrinar a lomo de jumento, encinta, acompañada por su fiel esposo durante el trayecto de su hogar al pueblo de Belén de Judá, para cumplir con un mandato de empadronamiento que entonces había. Dichos festejos que se fueron transformando en las *posadas* de hoy día, formaron parte de la conquista espiritual de México, como prácticas que los frailes usaron a favor del mestizaje para la conversión de indígenas.
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No se tiene certeza si en España se tenían ese tipo de fiestas en la época Colonial, por lo que gran número de investigadores las consideran como nuestras. Las mismas, parecen tener su origen en las antes llamadas “Misas de Aguinaldo” que celebraban los P. Agustinos antes del 1590, en su viejo Monasterio en Acolman, seguidas de escenas navideñas y pastorelas con cantos de los asistentes.
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Se les fueron adicionando música, danzas, luces artificiales, cohetes, villancicos, bolos, canciones profanas y sobre todo la peregrinación con imáगेंस El “Nacimiento” solía ocupar el sitio de honor en las procesiones, devotos rezos, letanías, juegos y piñatas, repartición de colaciones, golosinas, dulces y bolos, para rematar al final en alguna modesta merienda de tamales, a excepción de la “Cena Navideña” que ya en toda forma se organizaba para la noche del 24, después de la “Misa de gallo”, que reunía a todos, chicos y grandes, haciéndose por lo general de ‘coperacha’ y casi dijéramos, a lujo, con diferentes platillos fuertes; sopas, carnes rojas, pescado y ensaladas; más licores, vinos de mesa, sidra, rica variedad de postres, destacando los buñuelos... ¡ y sencillos regalitos para todos !
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En mi caso, una vez reunidos en casa de la familia paterna de mis mayores, se abría la sala y se encendía de pronto la iluminación del bello “Nacimiento”, ante la admiración y alegría sobre todo de los chicos que empezábamos a descubrir detalle a detalle cada uno de sus rincones y secretos del mismo.
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El portalito principal, que podía ser de papel roca o en maderos cortados y paja, simulando un humilde pesebre; caminos de piedrecillas y arena de diferentes colores... En lo alto, la estrella de Belén con larga cauda de pelo de ángel y fino papel con diamantina plateada, simulando destellos refulgentes; la bóveda celeste en papel lustre, bellamente estrellada subía al techo como teatral escenografía; nubes de blanco algodón y otras teñidas, del gris claro al casi negro, para matizar detalles de la misma y otros paisajes artísticos.
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La cena de esa noche, tan especial, y la comida de “Navidad” al siguiente día, son de las pocas reuniones en familia que más se han conservado al paso de los años, aunque en la actualidad influenciadas por otras costumbres ajenas, de culturas alejadas y por ello, para los jóvenes sobre todo, poco comprensibles.
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Según las sabrosas pláticas de nuestros ancestros, antiguamente el menú de los pobres solía ser típico, casi siempre consistente en nuestro rico pozole rojo tapatío, de maíz morado y carne de cabeza de cerdo; tostadas servidas con la misma carne deshebrada, sesos guisados o manitas y orejas en vinagre; jarros de barro con atole blanco y buñuelos de rodilla... y para otros –mucho más humildes-, solamente tamales con atole champurrado y ponche caliente con algo de piquete a gusto de cada quién.
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Algunos preferían cenar sabrosos nopales tiernos guisados o romeritos si eran de la Mesa Central o del Bajío; con mole del que aún venden las chantitas y tortas de camarón seco o de charales fritos (de Chapala y/o de Pátzcuaro). Aunque el regio degustar de las familias pudientes, desde luego, contaba con más variedad en sus deliciosos y adornados platillos. Allí lo clásico era y aún lo es, el pavo o guajolote horneado, relleno de picadillo, y su mismo consomé con verduras y menudencias era aprovechado en diversas sopas, como la clásica de arroz rojo, con huevo cocido.
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Casi nunca podía faltar la insustituible Ensalada de Navidad, de fresca lechuga orejona, betabel, canutos de caña tierna en trocitos, rodajas de naranja y gajos de lima; todo aquello aderezado y revuelto con el agua en que se cuece previamente el betabel con un poquito de azúcar morena o mascabado.
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En esas casas sin llegar a considerarse lujosos, los postres solían ser, un exquisito y bien decorado pastel de pasta fina, turrones y peladillas tipo español, diversos tipos de jamoncillos o cajeta de leche, y las muy tapatías "jericallas", o quizás, -para mi gusto muy personal- el tan exquisito dulce rendido de elotes tiernos y leche entera, servido con polvo de canela encima.
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(Perdón si les abrí el apetito. Su buen amigo, Alf - el "Tapatío" 100% tragón...)

1 comentario:

ALF dijo...

A mis amigos del extranjero, les conviene leer este escrito y el de las tamalizas, para que comparen la diferencia de nuestras costumbres gastronómicas.
Ojo, Lola, Jacogo, Fulvia, Nuri y tantos más...